Grite de emoción al cumplir mi sueño.
Supongo que en esto de volar cada uno siente de manera diferente. Algunos, como yo, desde pequeños estamos invadidos por esa magia, volar, sea de la manera que sea.
Cuando en mi clase todos enumeraban a los jugadores del Real Zaragoza, yo hacía un balance de todos los aviones de la primera y segunda guerra mundial, sabía de sobra cuál era mi avión favorito de cada época, tenía a mis pilotos favoritos, sabía dónde nacieron y cómo murieron, cuántos derribos tenía cada uno, me imaginaba a mi mismo a los mandos de un spitfire intentando escapar en un «dogfight a vida o muerte» tenía un SUEÑO.
Lamentablemente muchos sueños se vuelven inalcanzables cuando eres de una familia muy humilde.
Con el paso de los años, todavía con ese ansia de volar dentro de mi, me topé con Victor, el fue la primera persona que conocí que tenía ese sueño desde pequeño, el era como yo.
Víctor me dijo un día: «¿porque no nos miramos un curso de parapente?»
Fue entonces cuando buscando videos de parapente en youtube me encontré con uno de ala delta, creo que fue un amor a primera vista, me quede maravillado.
Empecé a llamar a escuelas de ala delta y la mayoría ya no estaban en activo, no se como pero al final conseguí el teléfono de Patxiku.
El curso se extendió bastante, por distintas adversidades, pero al final allí estaba, en la ladera norte de Arangoiti, dispuesto a finalizar el curso, me iban a «soltar».
Estaba nervioso, me temblaba todo el cuerpo, veía el aterrizaje pequeño desde allí arriba, tenía miedo, pero era un miedo amable que se mezclaba con unas ganas locas de lanzarme al vacío, sabía despegar, lo había hecho muchas veces durante el curso, así que esperé el momento y empecé a correr, joder estaba volando!
En ese momento el miedo y el nerviosismo desapareció por completo, estaba solo en el aire, me sentí como cuando era niño, solo podía gritar, gritar de emoción porque sabía que después de tantos años había cumplido mi sueño.
El vuelo libre es algo que te llena al máximo, no se puede explicar con palabras hay que sentirlo, cada vez que voy a volar es diferente, no importa si lo hago bien o mal, siento una plenitud inmensa dentro de mi, no quiero bajar, me enfado cuando caigo y cuando lo hago solo pienso en volver a subir otro día más, a disfrutar de mi mismo, de mis sentidos y del silencio del cielo .