Miedo, tensión, ganas, muchas ganas de volar.
Desde pequeño cuando mis padres me llevaban a casa de unos tíos míos que vivían en Burgos y pasábamos por el Puerto de Orduña, veía desde el coche las alas delta volando. En aquella época tendría entre cinco y seis años y recuerdo perfectamente el alucine que sentía. Muchos años después decidí probar y tras un primer intento fallido conocí a Patxiku, el cual con una paciencia fuera de lo normal me enseño a volar.
En los primeros vuelos e incluso me atrevo a decir que en el primer año las sensaciones eran de miedo, tensión, ganas, muchas ganas de volar y de no poder pensar en otra cosa que no fuese volar.
Al principio cuando despegaba añoraba el suelo y quería estar ahí abajo, no disfrutaba el momento, quizás demasiada tensión y miedo juntos. Los disfrutaba en la noche de ese día, cuando me metía en la cama y recordaba una y otra vez el «vuelazo» que me había hecho, alucinaba conmigo mismo y me dormía feliz.
Casi cuatro años después, las sensaciones son distintas, disfruto el momento volando pero esa adrenalina de la lucha contra el miedo ya no es tan intensa, lo cual hace que te sientas mas seguro y mejores día a día.