Cabalgando sobre las nubes.

Fue un día extraño, la sierra de Leyre estaba cubierta de nubes y no dábamos un duro por echar ni un simple vuelete. Así que nos fuimos al frontón de Lumbier y mientras algunos hacían algo de bricomania otros nos pusimos a echar unos partidillos al frontenis. De vez en cuando mirábamos a las antenas de Arangoiti para comprobar si se despejaban, sin perder la esperanza de volar.
Por un momento vimos que las nubes solo se mantenían en la ladera y quizás nos dejaran despegar. Así que decidimos subir por si había suerte.
Arriba había una espesa niebla de nubes que ocasionalmente nos dejaba ver la antena y a su vez algo del cielo azul. Las barbas de las nubes se mantenían en el despegue con alguna que otra esperanza, así que decidimos montar las velas por si nos daba un poco de tregua. Fuera de la ladera, el cielo estaba sin nubes. A este fenómeno le decimos por estos lugares, que el monte tiene puesta la txapela.
Preparados en el despegue fuimos saliendo uno a uno entre los resquicios de las nubes que nos dejaban ver la planicie. Eso si, manteniendo en todo momento la visibilidad del anterior piloto ya en vuelo, para evitar posibles incidentes. Fuimos bordeando las nubes haciendo ladera al barlovento de estas. Que momento mas alucinante, estar allí delante de ellas, desplazándonos ladera arriba/abajo sin caer ni un ápice y que todo el cielo fuera de la ladera del monte estuviera despejado. Lo había visto muchas veces, pero nunca desde allí arriba, “que sensación”.
En una de esas idas y vueltas me situé entre dos nubes y poco a poco fui subiendo hasta encontrarme por encima de ellas. Buf, ahora estaba por encima de las nubes y seguía subiendo, ¿que más emociones me preparaba este día? Había oído hablar antes sobre esto, pero comprobarlo personalmente, es el no va mas. No me lo podía creer, me situé en las crestas de estas, que se hacían y deshacían a su paso dándome suaves bofetadas de placer. Era como si estuviera en una feria comiendo nubes de algodón azucaradas. Me puse a gritar por la radio de alegría, que emocionante. Recuerdo que Iosu me comento que si me pasaba algo, y yo le conteste que estaba por encima de las nubes y que aquello era precioso. La rapidez con que se formaban y la manera de correr por debajo mía, me daba la impresión de estar cabalgando sobre ellas. Fueron unos momentos eternos, mágicos y emocionantes. Eche una mirada a mi anemómetro y con asombro comprobé que iba a 75 Km./h sin apenas moverme. No veía la ladera debajo de mí y tampoco sabía si me encontraba en la cara norte o la sur. Así que decidí salir de ahí poco a poco, por si subía la fuerza del viento y evitar posibles complicaciones. Después de un rato, aterrizamos todos en la campa de Bartolo casi de noche y exprimiéndole a un día sin esperanzas, uno de los mejores vuelos de mi vida. Por eso cada día que subo a volar, creo que me puedo encontrar con un nuevo vuelo de inolvidables imágenes e increíbles sensaciones.
– El vuelo libre nunca tiene dos días iguales.

Patxiku